Tarde de lluvia. Mi alma me dijo que lo justo y necesario el día de hoy era superar las barreras gastronómicas por mi conocidas hasta la fecha y animarme a más. El desafío: tortas fritas. No es nada de otro mundo pero nunca había hecho y creí que ya estaba lo suficientemente grande como para tener que dejar de ir a la panadería a comprar cada vez que llueve. Así que busque alguna receta por internet y me dispuse alegremente a preparar mis primeras tortas fritas. Un poco por ignorancia y otro poco por la receta, el resultado fue horrendo. Habiendo gastado medio paquete de grasa y dos tazas de harina, las primeras tortas parecían un regalo de Yiya Murano, un alimento mortal. Un suicidio culinario. Un engendro de harina y grasa.
Decidí no desanimarme y empezar otra vez. Tire esos adefesios, lave todo y empece de cero. Pero no sin antes hacer una llamada muy importante: "Mama, pasame la receta de las tortas fritas, porque me quise hacer la autodidacta y me salio mal".
Y esta es la receta para 2 personas:
1 1/2 taza de harina común
1/2 taza de harina leudante
1 cucharada de te de sal
1 pizca de azúcar
1 cucharada de grasa
agua tibia - cantidad necesaria
Mezclamos las harinas con la sal y el azúcar. Agregamos una cucharada de grasa en el centro y de a poco añadimos el agua hasta formar una masa suave. La llevamos un ratito a la heladera y posteriormente la estiramos y cortamos. Usar un vaso puede servir para que todas salgan del mismo tamaño y por ende, tengan el mismo tiempo aproximado de cocción. Estiramos la masa cortada y hacemos unos tajitos en el medio. Las cocinamos en aceite hirviendo o grasa hasta que estén doraditas.
En definitiva, salieron riquísimas, lo cual me demostró que en la cocina como en la vida, mientras haya harina y ganas, siempre se puede volver a empezar.
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